Con crucifijos, ristras o flores de ajo; con la Sagrada Forma consagrada o con agua bendita se le puede mantener a raya; pero para que muera realmente, se le ha de clavar una estaca en el corazón o se lo ha de decapitar.
En 1897 el irlandés Bram Stoker publica la novela que convertirá a Drácula en el vampiro más famoso de la historia.
Con su mano izquierda tenía sujetas las dos manos de la señora Harker, apartándolas junto con sus brazos; su mano derecha la aferraba por la parte posterior del cuello, obligándola a inclinar la cabeza hacia su pecho. Su camisón blanco de dormir estaba manchado de sangre y un ligero reguero del mismo precioso líquido corría por el pecho desnudo del hombre, que aparecía por una rasgadura de sus ropas, La actitud de los dos tenía un terrible parecido con un niño que estuviera obligando a un gatito a meter el hocico en un platillo de leche, para que beba. Cuando entramos precipitadamente en la habitación, el conde volvió la cabeza y en su rostro apareció la expresión infernal que tantas veces había oído describir. Sus ojos brillaron, rojizos, con una pasión demoníaca; las grandes ventanas de su nariz blanca y aquilina estaban distendidas y temblaban ligeramente; y sus dientes blancos y agudos, detrás de los labios gruesos de la boca succionadora de sangre, estaban apretados, como los de un animal salvaje.
Girando bruscamente, de tal modo que su víctima cayó sobre la cama como si tuviera un lastre, se lanzó sobre nosotros. Pero, para entonces, el profesor se había puesto ya en pie y tendía hacia él el sobre que contenía la Sagrada Hostia. El conde se detuvo repentinamente, del mismo modo que la pobre Lucy lo había hecho fuera de su tumba, y retrocedió. Retrocedió al tiempo que nosotros, con los crucifijos en alto, avanzábamos hacia él. La luz de la luna desapareció de pronto, cuando una gran nube negra avanzó en el cielo, y cuando Quincey encendió la lamparita de gas con un fósforo, no vimos más que un ligero vapor que desaparecía bajo la puerta que, con el retroceso natural después de haber sido abierta bruscamente, estaba en su antigua posición. Van Helsing, Art y yo, nos dirigimos apresuradamente hacia la señora Harker, que para entonces había recuperado el aliento y había proferido un grito tan agudo, tan penetrante y tan lleno de desesperación, que me pareció que iba a poder escucharlo hasta los últimos instantes de mi propia vida. Durante unos segundos, permaneció en su postura llena de impotencia y de desesperación. Su rostro estaba fantasmal, con una palidez que era acentuada por la sangre que manchaba sus labios, sus mejillas y su barbilla; de su cuello surgía un delgado hilillo de sangre; sus ojos estaban desorbitados de terror. Entonces, se cubrió el rostro con sus pobres manos lastimadas, que llevaban en su blancura la marca roja de la terrible presión ejercida por el conde sobre ellas, y de detrás de sus manos salió un gemido de desolación que hizo que el terrible grito de unos instantes antes pareciera solamente la expresión de un dolor interminable. Van Helsing avanzó y cubrió el cuerpo de la dama con las sábanas, con suavidad, mientras Art, mirando un instante su rostro pálido, con la desesperación reflejada en el semblante, salió de la habitación.
Girando bruscamente, de tal modo que su víctima cayó sobre la cama como si tuviera un lastre, se lanzó sobre nosotros. Pero, para entonces, el profesor se había puesto ya en pie y tendía hacia él el sobre que contenía la Sagrada Hostia. El conde se detuvo repentinamente, del mismo modo que la pobre Lucy lo había hecho fuera de su tumba, y retrocedió. Retrocedió al tiempo que nosotros, con los crucifijos en alto, avanzábamos hacia él. La luz de la luna desapareció de pronto, cuando una gran nube negra avanzó en el cielo, y cuando Quincey encendió la lamparita de gas con un fósforo, no vimos más que un ligero vapor que desaparecía bajo la puerta que, con el retroceso natural después de haber sido abierta bruscamente, estaba en su antigua posición. Van Helsing, Art y yo, nos dirigimos apresuradamente hacia la señora Harker, que para entonces había recuperado el aliento y había proferido un grito tan agudo, tan penetrante y tan lleno de desesperación, que me pareció que iba a poder escucharlo hasta los últimos instantes de mi propia vida. Durante unos segundos, permaneció en su postura llena de impotencia y de desesperación. Su rostro estaba fantasmal, con una palidez que era acentuada por la sangre que manchaba sus labios, sus mejillas y su barbilla; de su cuello surgía un delgado hilillo de sangre; sus ojos estaban desorbitados de terror. Entonces, se cubrió el rostro con sus pobres manos lastimadas, que llevaban en su blancura la marca roja de la terrible presión ejercida por el conde sobre ellas, y de detrás de sus manos salió un gemido de desolación que hizo que el terrible grito de unos instantes antes pareciera solamente la expresión de un dolor interminable. Van Helsing avanzó y cubrió el cuerpo de la dama con las sábanas, con suavidad, mientras Art, mirando un instante su rostro pálido, con la desesperación reflejada en el semblante, salió de la habitación.
Bram Stoker
En 1992 Francis Ford Coppola dirige la película “Bram Stoker's Dracula” que está considerada la mejor adaptación cinematográfica de la novela de Stoker que se ha hecho nunca. Protagonizada por Gary Oldman y Winona Ryder, la banda sonora corrió a cargo de Wojciech Kilar, excepto el tema final (“Canción de amor para un vampiro”), que fue compuesto por Annie Lennox.
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